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Foto: Archivo de EL TIEMPO

Por: Andrés F. Zapata

Conmemoramos no la muerte, sino el recuerdo de un pueblo y sus habitantes.

El calendario marcaba el día miércoles 13 de noviembre del año 1985, aún yo no había nacido, pero los testimonios de sobrevivientes, los medios de comunicación, las fotografías y videos y los recuerdos de quienes para esa fecha a la distancia percibieron el desastre natural en Armero, relatan lo que hasta ahora ha sido considerada como la peor catástrofe natural en nuestro país, en donde miles de personas perecieron bajo la inclemencia de la naturaleza.

Hoy 30 años después, esos recuerdos e imágenes vuelven a relucir y a circular por todo lado, en un esfuerzo que se hace para no olvidar a los cerca de 25.000 colombianos, en su mayoría oriundos de este, el segundo municipio en importancia para el Tolima en ese entonces, que perecieron atrapados por el lodo hirviendo, escombros, rocas y todo tipo de material volcánico.

Escuchando y leyendo relatos, anécdotas y comentarios cargados de tristeza, rabia y resignación, pude darme cuenta que era inminente e inevitable la explosión de este coloso llamado Nevado del Ruiz, pero que por otra parte, era completamente previsible y que de no haber sido por la negligencia del gobierno departamental y nacional esta tragedia, cargada de muerte pudo haberse prevenido.

A tan solo una semana después de la también fatídica toma al Palacio de Justicia por parte del M-19, la atención del gobierno, encabezado en ese entonces por el expresidente Belisario Betancourt, estaba puesta sobre este tema, casi que ignorando por completo lo que se venía presentando en Armero desde hacía ya un muy buen tiempo atrás, en donde las emisiones de ceniza se hacían cada vez más constantes, pero en donde el gobierno tan solo se dedicaba a calmar a los pobladores diciendo que todo estaba bajo control y que no se avecinaba ninguna tragedia. Caso totalmente contrario al que con todo ahínco advirtieron geólogos y expertos extranjeros, quienes durante meses atrás estudiaron las variaciones sísmicas del volcán, concluyendo en que este municipio sería arrasado por la furia de la naturaleza, tal y como lo relata la historia.

Fue entonces como a eso de las 9 de la noche de ese 13 de noviembre, el Ruiz hizo erupción, expulsando gases y aire caliente que se encontraba atrapado, derritiendo así, un extenso tramo de nieve que se convirtió en una poderosa y mortal avalancha de materiales volcánicos, agua, piedras, escombro y lodo, desplazándose a más de 60 kilometros por hora, permeando el casco urbano de Armero a las 11:30 de la noche, llevándose por delante 4200 viviendas, 20 puentes y la vida de más de dos tercios de su población, quien a esa hora se encontraba en su mayoría dentro de sus casas descansando.

Hoy, 3 décadas después, aquel pueblo pujante, orgulloso de su crecimiento regional y sumamente competitivo a nivel comercial, deportivo y financiero es un desolado terreno llano, que recuerda en su caluroso, pero a su vez triste paisaje, los 90 años de historia que tenía este municipio antes del peor desastre natural en la historia de Colombia.

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