Un nieto se las sabe todas. El abuelo ni imagina todas las peripecias que hace el nieto para hacerlo sentir más viejito y acabado. El nieto descubre todo sin que el abuelo se dé cuenta.

 Tiene la llave que abre todas las posibilidades. Cuando el abuelo sienta al nieto frente a él, escudriña cada pedazo de piel. Revisa su rostro, lo mira a los ojos, la nariz, revisa su boca y antes que nada, las arrugas.

Se divierte utilizando sus pequeños dedos para pasar por cada arruga, como buscando dónde se encuentran como si fuesen ríos al mar.  Luego, mira las cejas y si tienen pelitos blancos, llamados canas, las toma con sus dedos como queriendo arrancarlas. Se entretiene revisando las ojeras y cada pedazo de piel como si el abuelo fuese un muñeco grande y viejo para jugar con él.

Después, le pide que infle los cachetes para tomarlos con sus manos y desinflarlos de dos palmadas no tan suaves.  Revisa, analiza, dibuja.

Y si el abuelo sale a caminar con su nieto, debe llevar dinero o una tarjeta. No se le puede engañar, porque encuentra frases como:

– Necesito comprar un muñeco. Ahhh y necesito entrar a ese almacén.

– Pero no tengo suficiente dinero.

– Abuelo, ¿trajiste la tarjeta?

– Sí, pero no hay dinero allí.

Camina miremos.  El abuelo, guiado como autómata, llega al cajero, introduce la tarjeta y aparece un “no tiene suficientes recursos”.

– Te lo dije.  Pero la respuesta no se hace esperar.

– ¿Por qué no la recargas?

El abuelo se queda sin palabras y lo mejor es sentarse a comer un helado con el nieto, entrar al almacén y comprarle el muñeco que desea. Porque el abuelo sabe que su nieto es feliz a su lado. Nada se interpone entre los dos, sino la sonrisa al final de la jornada.  Llegan a casa sonrientes, alegres, cansados.

Desde la cocina, la abuela le grita al abuelo:

– ¿Trajo lo que le pedí para la comida?

Pero no hay respuesta.

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Por EL EJE