Por Gonzalo Quiñones V.

No queda la menor duda que la institucionalización del voto obligatorio, es un duro golpe a la democracia, si la concebimos como la expresión autentica de la libre determinación de cada persona, en capacidad de elegir y ser elegida, con base en sus afectos políticos.  Si la concebimos como un derecho ciudadano que demanda acoger la libertad de cada hombre o mujer. Si la miramos desde la misma razón, como una opción natural de la persona. Si entonamos con fuerza que la democracia no es imposición y que aplicándola en su riguroso sentido, permite revivir la vigencia y presencia del elector primario, protagonista de los debates electorales. Apartados de cualquier manifestación sentimental o emotiva, el voto obligatorio intimida, y asfixia las expresiones verdaderamente democráticas. La democracia trasciende, la imposición esclaviza.

El voto obligatorio se convierte en caldo de cultivo de la pereza participativa, léase abstención rampante, que tan baja impresión causa siempre en el entorno político de una Nación. Fortalece más bien el resurgimiento vicioso de los denominados lagartos políticos.

Agudiza sin lugar a dudas la abyección- o sea el sometimiento- de los sonados electoreros y seguidores de las corrientes políticas que hacen solamente “lo que diga el jefe”.

En estas circunstancias el voto obligatorio pone en evidencia dramática, el descrédito, la desconfianza y el desconcierto que la misma denominada ¡clase política! ha sembrado desde tiempo atrás en la sociedad civil de todos los estratos sociales. La política colombiana hoy es sinónimo de mentira, incumplimiento, burla, corrupción; como una cantera de promesas y abusos inconcebibles siempre en contra de los más débiles. Es urgente por lo tanto emprender una operación rescate de todos los políticos, con la esperanza democrática de que la política sea ciertamente la ciencia, la filosofía y la ideología del servicio a la comunidad y respeto de la dignidad humana de cada ciudadano. Toda imposición es un insulto a la libertad y al desarrollo libre de la personalidad del elector primario, fundamento de cualquier certamen electoral y sustento de la democracia.

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