Por: Gabino Gonzalez
El infinito en un junco, ensayo de Irene Vallejo filóloga, describe el origen del texto en Egipto hace cinco mil años, su evolución desde la tablilla sumeria de arcilla, luego piedra, madera, papiro, cuero-pergamino, imprenta, disco, computador.
En la contratapa, Héctor Abad Faciolince colombiano, opina que el volumen de Irene es un relato poético y preciso de “cuando los libros eran jóvenes y todo sucedía por primera vez”, pero este entrecomillado es plagio de la página 145. Decepcionante, el pedestal en que tenía a Abad cayó.
Más de mil años a.C, fenicios de Biblos, Tiro, Sidón, idearon el abecedario, tomando de egipcios la escritura pero simplificándola a 22 signos representativos de la voz, enorme adelanto frente a complicada jeroglífica; aquel pueblo de mercaderes enseñó a leer al mundo. Griegos adoptaron grafía fenicia de la que descienden todas las ramas del modo de escribir alfabético.
El papiro de junco hunde sus raíces en el rio Nilo, tallo grueso como brazo de un humano, altura tres a seis metros; egipcios descubrieron que mediante esa planta podían fabricar folios para escribir en forma de rollo que llegó a medir 42 metros. Primer rulo de la historia nació cuando sonidos -que son aire- encontraron asiento en la médula de ese matorral acuático; hoja de papel es hija del árbol.
Alejandro el Grande (356-323 a.C) macedonio, alumno de Aristóteles, murió en Babilonia a los 32; consiguió rollos del mundo para su inmensa biblioteca de Alejandría, aun rebanando cogotes con el objeto de hacerse al ejemplar codiciado que su manejo era diferente al de un tomo; el lector comenzando iba desenrollándolo mientras envolvía lo leído; al terminar quedaba enroscado de revés.
Requisando barcos, adquiría, sonsacaba papiros en esa primitiva globalización llamada helenismo o imposición de costumbres y creencias helenas en territorios conquistados de Grecia al Punyab India; guiado por la Ilíada de Homero, Alejandro deseaba parecerse a Aquiles personaje central (hoja 91). Intelectuales no habían tenido tantas obras que son susurros del pasado a fin de aprender el oficio de pensar.
El cerebro era mero depósito de palabras. Hasta Edad Media se leía en voz alta; las silabas en páginas no eran canciones cantadas mentalmente, como hoy, sino melodías que salían a labios y sonaban por la boca. Lectura silenciosa es una asombrosa invención; Sócrates acusaba al escrito de obstaculizar el diálogo, porque expresión en letras no contesta preguntas del lector ni hace objeciones, temía que los párrafos acabaran con la reflexión.
En 1799, durante ocupación napoleónica, encontraron la piedra Rosetta de setecientos sesenta kilos, tenía fragmentos en griego que abrió puerta al idioma perdido de Egipto antiguo, permitieron descifrar vocablos entre ellos nombres de Ptolomeo, Cleopatra. Francés Jean-François Champollión descubrió semejanzas con lengua copta, elaboró un diccionario de jeroglíficos y gramática del egipcio.
Pretendiendo proteger hablas en vía de extinción, lingüistas, antropólogos, informáticos, en San Francisco, diseñan un disco de níquel para grabar una misma plana en su traducción a mil idiomas; si muere el último que recuerde alguna, las interpretaciones paralelas permitirían rescatar significados y sonoridades extraviadas. Ese compacto será una Rosetta universal, portátil; constituye acto de resistencia frente al olvido de silabarios y frases (folio 75).
Invento del papel va conjugado con creación de bolígrafo en 1938 por Lászlo Bíró periodista húngaro quien hizo instrumento de escritura mediante bola dura de metal dentro de un hueco; mientras niños jugaban, notó que la pelota dejaba rastro al rodar después de pasar un charco (plana 287).
Por efecto Google muchos evocan donde está un dato pero no el dato mismo, el conocimiento no les sale de la cabeza sino de una memoria USB; hay exceso de información, pero poco saber.
Irene Vallejo llenita de pasión por los clásicos -leo al comienzo- entreteje en su relato el tapiz del presente con los hilos de la cultura grecolatina.
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