Por Guillermo Romero Salamanca
Jules Rimet nació el 14 de octubre de 1873 en una provincia llamada Thieuley, localizada en el centro de Francia. No eran tiempos de bonanza. Francia acababa de terminar una guerra contra los prusianos y entonces don Seraphin Rimet y su esposa se fueron para París en búsqueda de otras oportunidades.
Dejaron al pequeño Jules a cargo de los abuelos. Ellos, como buenos católicos le enseñaron el catecismo y le impartieron valores humanos y su amor a Dios.
Además de acudir a la escuela, Jules ayudaba en la parroquia como monaguillo y era uno de los miembros del coro.
Según el periodista, editor y escritor francés Laurent Lasne, biógrafo de Rimet, el pequeño Jules era feliz hasta cuando la crisis económica afectó a su abuelo, quien tuvo que vender su molino. Entonces, Jules, en 1884 con tan sólo 10 años, abandonó la aldea y se fue a París para reencontrarse con sus padres.
En esos primeros años, Jules practicaba deportes rudos con sus compañeros de una escuela católica.
“Pero su conciencia social, relata el Catholic Herald, marcada por los recuerdos de las pruebas de su propia familia, estaba despertando también. La aparición en 1891 de Rerum Novarum, la encíclica de León XIII sobre trabajo y capital, se produjo en un momento crítico para el joven de 17 años. Jules y sus amigos estaban tan consternados como el Papa, por la miseria soportada por las clases trabajadoras y el fracaso del liberalismo económico para encontrar un remedio. Pero tampoco tendrían nada que ver con el marxismo, sino que asistirían a la asociación local de trabajadores católicos para escuchar conversaciones sobre reformas laborales”.
En efecto, el 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII –Pontífice que gobernó la iglesia por casi 29 años—presentó la “Rerum Novarum”, ante la terrible explotación laboral de los obreros y en este documento explicaba cómo estaba la situación obrera, defendía la justicia y a los trabajadores. La solución que daba, pasaba por que el Estado, la Iglesia, el obrero y el empresario tenían que trabajar juntos. “La Carta Magna del Trabajo” tuvo una gran influencia, en esa época de Revolución Industrial.
Jules, con sus amigos quedaron impactados por la Encíclica y se propusieron adelantar trabajos sociales con los más necesitados. Encontró en el fútbol –que era visto como un deporte de las clases bajas– una manera de contribuir con lo que había propuesto el Papa y entonces a los 24 años fundó un club deportivo “Red Star”, abierto a cualquier persona sin importar su condición económica.
“Los hombres podrán reunirse en confianza sin el odio en sus corazones y sin un insulto en sus labios”, solía decir cuando compartía su visión de los deportes, según relata su biógrafo.
En 1904, ya convertido en abogado ayudó a fundar la Federación Internacional de Fútbol Asociación o FIFA. Quiso organizar un torneo internacional, pero el inicio de la Primera Guerra Mundial retrasó sus planes.
Rimet estuvo en el frente de combate en la Primera Contienda Mundial durante cuatro años y fue galardonado con la Cruz de Guerra.
Tras el final de esa conflagración, fue nombrado como presidente de la FIFA en 1921 y permaneció 33 años en el cargo.
En 1928 creó la Copa del Mundo, que se jugó dos años después por primera vez en Uruguay. Jules Rimet llevó consigo hasta Sudamérica el trofeo que llevó su nombre hasta 1970, cuando el diseño de la copa fue cambiado por el que se entrega hasta la actualidad.
Cuando daba charlas en colegios y universidades, siempre hablaba de sus bellos tiempos como monaguillo de un pequeño pueblo francés.
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