La reciente novela que se sitúa en los sitios de preferencia de los buenos lectores no podía venir de alguien distinto a Gardeazábal que ha vivido una vida tormentosa en medio del éxito y el fracaso. Ha sido testigo de las vivencias de su país en los últimos cincuenta años sin que le haya temblado el pulso para dejar constancia a través de su escritura de las borrascosas vidas ligadas a la violencia o la cotidianidad de los seres humanaos. Los mortales para Gardeazábal son de carne y hueso con sus vanidades y pecados.
El escritor ha logrado una madurez en la narración que supera todo lo anterior donde ha sido admirado por el rigor que asume al contar historias descarnadas con la fruición de un apasionado por todo lo que hace.
La Misa Ha Terminado no tiene como lo advierten algunos comentarios nada distinto a un paseo magistral por el dolor, el amor, las vicisitudes y el entramado que surge de una iglesia conventual con todas las naturalezas de los seres humanos que la componen.
Gardeazábal no echa mano de morbo alguno sino que recrea con precisión de relojero suizo cada una de las circunstancias que rodean los amores furtivos unos y otros permanentes de muchos miembros de la apostólica y romana que han hecho del homosexualismo algo rutinario, entendible por las mismas situaciones en que los ha convertido una religión excluyente y aparatosa en sus principios.
Deleita los ritmos con que hace la narración porque usa un sentido parcelado de historias a primera vista distantes pero que van convergiendo en la medida que se adentra en los vericuetos de los amores entre obispos, cardenales, seminaristas y hasta un Demente que se convierte en eje central de una narrativa apasionante cargada de dolor y de algunas extravagancias pero que jamás carece de rigor en la maestría de quien escribe.
Gustavo hace como siempre de su fundo nativo Tuluá un microcosmos que eleva a la condición universal, incluso, usando un lenguaje propio en algunos casos de las antiguas matronas del macondiano municipio vallecaucano para referirse a las taras de sus habitantes o para exaltar con onomatopeyas o hipérboles situaciones fáciles de entender por la pluma del reconocido novelista.
Logra lo que todo buen escritor busca desde pequeñas localidades crear un universo que se vuelve familiar para cualquier habitante del mundo.
El leguaje es llano, procaz, incluso, en muchas ocasiones pero preciso porque no se sale del ritmo narrativo en un buen español de quien por tantos años ha logrado la superioridad en la rutina del buen escribir.
Nada distinto al lenguaje de Cervantes en el mejor estilo de llamar las cosas por sus verdaderos nombres es la manera de contar sus historias el incisivo Gardeazábal.
Notoria su especulación con unas cartas que le escribe el presbítero Efraín, que son tratados teológicos con una carga de moral y ética, profesada por algunos sacerdotes también, quien le clama al escritor un alto para no intimidar con su novela la estructura básica de esa confesión católica, apostólica y romana. Gardeazábal en su final hace una hermosa y pequeña respuesta al cura pidiéndole que no eleve oraciones por sus pecados y advirtiéndole que nada pudo hacer con sus epístolas por controlar la mano indisciplinada del dueño de la narrativa.
Textos cortos en su mayoría recrean situaciones que saltan de trancazo en trancazo pero logra al final una ilación de la historia que nunca se pierde aunque al comienzo cualquier lector desprevenido puede notar ciertas dificultades en la comprensión. Pero después de la rutina hace entender el propósito provocador del escritor.
En la Misa nada queda a la deriva hay datos con exigencia en lo que se refiere incluso a temas científicos, que apasionan al escritor, y que se le han vuelto en los últimos años una obsesión de pan de cada día cuando especula con las nuevas experimentaciones de los más destacados científicos del mundo y que los trae como imán para embellecer su tramado de elucubraciones.
Esta novela tiene carga histórica con rigor. Si bien sus personajes son obviamente de caricatura si se quisiera afinar un vocablo para denominarlos la exactitud en lugares, universidades, sitios y fechas son absolutamente comprobables. Mucha investigación para escribir la diatriba.
Allí logra Gardeazábal acomodar su ficción con hechos reales que mezclados dan como resultado más exquisitez de una señora novela.
Al final sus textos son más densos y van llevando de la mano unas historias de amor con final trágico que no es nada más que la cruel realidad que rodea a todos los que vivimos en este mierdero de dios.
No tiene sacrilegios solo se mete debajo de las sotanas para auscultar las mundanas inclinaciones de todos los mortales pero que se hacen evidentes con mayor calado cuando se trata de personajes que pregonan toda suerte de atávicas manifestaciones en contra de lo que llaman pecado pero que es solo la carne humana revolcándose en la molicie del amor, el dolor y la muerte.
Quien quiera meterse no en el atolladero de los escrúpulos religiosos ni en las reivindicaciones de apostasía sino que desee encontrar con vitalidad una narración cautivante y desgarradora debe leer LA Misa Ha Terminado.
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