La salud al límite: radiografía de un sistema colapsado que deja a Colombia en emergencia silenciosa
Colombia cierra uno de los diciembres más críticos de su historia reciente en materia de salud. Lo que durante meses fue advertido por hospitales, autoridades territoriales y personal médico hoy se manifiesta sin matices: el sistema está colapsado. Miles de servicios cerrados, hospitales sin liquidez, trabajadores sin salario y pacientes obligados a acudir a la justicia para acceder a tratamientos básicos configuran un escenario que ya no puede explicarse como una coyuntura pasajera. Se trata de una crisis estructural, profundizada por decisiones del Gobierno nacional que han debilitado el flujo de recursos y puesto en riesgo el modelo de aseguramiento.
El sistema de salud, que durante décadas permitió ampliar la cobertura y garantizar el acceso a servicios de alta complejidad, se encuentra hoy en un estado crítico. Las señales de alarma se repiten con patrones idénticos en grandes ciudades, municipios intermedios y zonas rurales: falta de medicamentos, demoras prolongadas, negación de procedimientos, suspensión de especialidades completas y urgencias desbordadas. La atención oportuna dejó de ser la regla para convertirse en la excepción.
Un país donde enfermarse es un riesgo
Durante 2025, miles de servicios de salud han sido cerrados o suspendidos en todo el territorio nacional. No se trata de consultorios marginales o servicios complementarios, sino de áreas esenciales para la vida: pediatría, ginecobstetricia, medicina general, vacunación, enfermería, laboratorio clínico y atención maternoinfantil. El impacto es directo sobre la población más vulnerable: niños, mujeres gestantes, adultos mayores y pacientes con enfermedades crónicas.
En la práctica, esto significa que millones de personas deben recorrer varios centros médicos en busca de atención, esperar semanas por una cita básica o resignarse a acudir a urgencias cuando su estado ya es grave. El sistema dejó de prevenir y pasó a reaccionar tarde, encareciendo la atención y aumentando el riesgo de muertes evitables.
Urgencias saturadas y hospitales al borde del cierre
Aunque muchos hospitales mantienen abiertas sus salas de urgencias, el funcionamiento real dista de ser normal. Las restricciones son cada vez más frecuentes: remisiones rechazadas, pacientes diferidos y atención limitada solo a los casos más críticos. En varios centros médicos, la ocupación supera ampliamente la capacidad instalada, generando escenas de hacinamiento, largas esperas y atención en condiciones precarias.
Este colapso responde a un efecto dominó. La falta de atención ambulatoria y especializada provoca el agravamiento de enfermedades que podrían haberse tratado a tiempo. Los pacientes llegan más graves, requieren hospitalización prolongada y tratamientos de alta complejidad, lo que incrementa los costos y profundiza la crisis financiera del sistema.
La crisis del dinero: el corazón del colapso
El factor económico es el eje central del derrumbe. Las deudas acumuladas por las entidades responsables del aseguramiento alcanzan niveles históricos. Hospitales y clínicas, tanto públicas como privadas, reportan carteras impagables, pagos parciales y meses completos sin recibir recursos por los servicios prestados.
En muchos casos, las instituciones apenas reciben una fracción de lo facturado. Esto ha obligado a cerrar servicios que resultan financieramente inviables y a reducir personal. La lógica que se ha impuesto es perversa: sobreviven los servicios menos costosos, mientras desaparecen aquellos que, aunque esenciales, no son “rentables” bajo las tarifas actuales.
La red privada, que sostiene gran parte de la atención en varias regiones del país, tampoco escapa a la crisis. Sin flujo de recursos, estas instituciones no pueden continuar absorbiendo la demanda que el sistema público ya no logra atender. El resultado es un sistema fracturado, sin capacidad de respuesta integral.
Trabajadores de la salud: los más golpeados
La emergencia no solo afecta a los pacientes. Miles de trabajadores de la salud enfrentan retrasos salariales, falta de pago de primas y pérdida de estabilidad laboral. El desgaste emocional y económico del personal médico, de enfermería y asistencial alcanza niveles críticos.
La precarización laboral ya está generando renuncias, migración de talento humano y disminución en la calidad de la atención. Un sistema sin recursos humanos motivados y protegidos es un sistema condenado al fracaso.
Tutelas: la puerta de entrada al sistema
Uno de los indicadores más alarmantes del colapso es el crecimiento exponencial de las acciones judiciales para reclamar atención médica. La tutela, concebida como un mecanismo excepcional, se ha convertido en la principal vía de acceso a la salud. En la práctica, el derecho fundamental depende hoy de la capacidad de una persona para acudir a un juez.
Este fenómeno revela una falla estructural: el sistema no está garantizando lo básico. Además, introduce una desigualdad profunda, pues quienes no tienen información, tiempo o acompañamiento legal quedan en mayor desprotección.
Un modelo debilitado por decisiones políticas
El trasfondo de la crisis apunta al manejo del Gobierno nacional. Las políticas adoptadas en los últimos años, caracterizadas por intervenciones sin planes de transición claros, incertidumbre normativa y ausencia de una estrategia financiera sólida, han debilitado el sistema en lugar de fortalecerlo. La confrontación ideológica con el modelo existente no fue acompañada de soluciones técnicas viables.
La falta de claridad sobre el futuro del sistema ha erosionado la confianza de los actores, paralizado decisiones de inversión y agravado el problema del flujo de recursos. Mientras el debate político se intensifica, hospitales y pacientes pagan las consecuencias.
Un riesgo social y humanitario
La crisis de la salud ya no es solo sanitaria: es social. Familias que pierden ingresos por enfermedades no tratadas, trabajadores sin salario, aumento de la mortalidad evitable y deterioro de la calidad de vida son algunas de las secuelas que comienzan a evidenciarse.
Colombia aún cuenta con instituciones médicas de alto nivel y con personal altamente calificado. Sin embargo, estas fortalezas no son suficientes si el sistema continúa debilitándose. El modelo de aseguramiento que permitió avances significativos está hoy en riesgo de colapsar por completo.
El diagnóstico es contundente: el sistema de salud colombiano se encuentra en cuidados intensivos. La diferencia es que, esta vez, no hay una sala de urgencias a la cual acudir. Sin decisiones inmediatas, recursos suficientes y un giro técnico que priorice la sostenibilidad y la vida por encima de la ideología, el país podría enfrentar una crisis humanitaria silenciosa de proporciones aún mayores.