Cada día, leo, escucho en las noticias que un joven se suicidó o que un “hincha” fue asesinado. Hay notas que impactan. A muchos, ni les interesa, porque prefieren referirse a esos muchachos con palabras o frases despectivas, sin medir su significado y trascendencia.
En muchas ocasiones he escrito que los niños y los jóvenes no son los culpables y sigo creyendo lo mismo. Cada día me aferro más a que los mayores somos los culpables de lo que acontece. No es el Gobierno, ni la alcaldía o gobernación.
Los padres ya no son padres y las familias ya no existen. Hay padres solos y madres solas o padres que son madres y mujeres que desempeñan ambos roles. Sin embargo, la relación con los hijos es fría, aislada, independiente, sin afecto.
Los hijos requieren afecto, buscan diálogo, pero son enviados a su habitación a que utilicen el computador, se encierren y vivan lo que no desean hacer.
Fue asesinado un joven y leí algunos comentarios displicentes y llenos de rencor, odio y sin ningún respeto.
1. “UNA RATA MENOS”. Le contesté a esa persona que había muerto un niño. Tenía 17 años. Era una persona.
2. “¿HINCHA?????” No, no era un hincha de nada. En eso, estamos de acuerdo. No son hinchas. Las barras son su mecanismo de defensa. Allí creen encontrar lo que nunca han tenido. Son niños y jóvenes desesperados. Nadie les ha dado cariño ni afecto
3. “Eso es lo único que producen esas pandillas de delincuentes que se hacen llamar barras bravas, vandalismo, desórdenes y muertes, no producen nada bueno para la sociedad.”. Mi pregunta sencilla es ¿por qué?
Este domingo, como todos, me fui a misa con mi hijo. En la puerta, el sacerdote estaba recibiendo a los asistentes. Nos saludó muy formal y nos invitó a ingresar. Decidimos esperar al lado de él y llegó una señora. El sacerdote la saludó muy efusivamente, pues es de esas señoras que jamás tienen falla. Le dijo:
– Buenos días, ¿cómo amaneció?
– Bien, padre y ¿usted?
– Muy bien, y ¿por qué no vino la hija?
– Esa porquería no quiso venir.
Reaccioné y traté de decirle algo, pero mi hijo me impidió. Me dijo, papá, no diga nada. Ni siquiera el sacerdote le insinuó algo a la señora. No le hizo gesto alguno o la llamó aparte para hablarle acerca de lo que acababa de decir.
Quise llamarla yo y decirle que los hijos merecen respeto, que no se debe hablar así de ellos. Además, me puse a pensar que si así hablaba de ella ante un sacerdote, cómo sería en la casa su relación con la hija.
¿Para qué van a misa ciertos padres? ¿Para qué van a cultos? Si han de llegar y salir iguales, mejor deben quedarse en casa.
Los hijos merecen respeto. Los jóvenes asesinados, también merecen respeto. Son jóvenes y como siempre he dicho, han necesitado y requieren afecto, mucho afecto.
No quisiera volver a escuchar expresiones como la de esa señora al llegar a una iglesia: “esa porquería no quiso venir”.
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