Nadie como él, se introdujo tan dentro de las turbulencias que prodiga la enmarañada política en Colombia. Pocos como él, entendieron, comprendieron, estudiaron e interpretaron la política contemporánea, con la espesura y fragocidad de sus ásperos y nimbados senderos. Muchos como él, naufragaron con sus bártulos, por no capitanear adecuadamente el esquife, porque el barco mayor , lo comandaba su hermano Omar. Su pasión la forjó, cuando desde niño creció con la herencia de su padre Florentino, asesinado a comienzos de los 60, y quien fue perseguido por sus enemigos, herederos de la violencia política que lo asesinaron, cuando Arturo era un párbulo de escasa cronología conservadora.
Floro le dicen, por qué era el consentido de su pater familia, prosiguió con el remoquete, con la predilecta unción de su madre Elvia. Con esas ventajas maternales creció consumiendo intelectualmente su fervor político por el conservatismo, que se afincaba en la región, por el poderío partidista que Omar Yepes creó, en la época que se inauguró una nueva forma de hacer la política, a través del empresarismo electoral, el burocratismo y las clientelas al servicio de clanes sociales, familiares y coaliciones que se adueñaron de una democracia controlada, por los órganos de representación popular y de contera, del gobierno que facilitaba los medios para acceder a los deleites de la burocracia.
Ingresó a la facultad de medicina de la U de Cds, pero descubrió a tiempo que lo suyo era la política y optó por la carrera de derecho. Pasó entonces a ocupar pupitre al quinto piso de la sede antigua del edificio central de la facultad de derecho, allí empezó mostrando sobradez intelectual y linaje político, allí compartimos claustro , entre otros, con una pléyade de ilustres estudiantes, donde se destacan juristas de pulso nacional. En la U, no encontró mucha resonancia, para poner en marcha la fuerza Yepista en la muchachada estudiantil, puesto que por aquellos años 80, surgía una vitalidad revolucionaria en boga, por la presencia del M-19, ni Iván Roberto Duque Gaviria, con su verbo liberal Luis Guillermista pudo, coetáneamente hacer valer su fogocidad en las huestes académicas del alma mater. Nada pudo con Fernando Hely Mejia Alvarez, con su sin igual discurso veintejuliero, acercar las juventudes al proyecto incipiente del movimiento correleginario conservador.
Después de terminar el ciclo del derecho, se inmiscuyó de lleno a organizar los bastiones azules desde la planificación y la ideología, y fue con los jóvenes que empezó a crecer con su imagen, pronto demostró su gran capacidad para llegar a todas las esferas con su trabajo inagotable, apasionado y sin procrastinar tareas. Todo fue disciplina sin tregua, almacenó todas las ideas, estrategias y conocimiento de las campañas electorales, toda una máquinal entregada al trabajo político. No había quien manejara mejor los cálculos y matemáticas electoral, para cifrar con números los cargos de elección popular. Fue todo un prodigio. Pronto se convirtió en una piedra en el zapato para su hermano Omar, sus aspiraciones corporativas no se los permitían por una sola cuerda. Fue por ello que se inventaron el movimiento republicano, para ocupar un escaño en la camara de representantes, como su única aventura exitosa en el congreso Colombiano.
Fue un político puro, tanto así que nunca le importó la burocracia para colmar sus ambiciones, suya fue la famosa frase “Yo no soy nombrable sino elegible” en los tiempos del rey Midas, cuando después de culminar la campaña Pastrana elegido presidente en 1998, le ofreció el cargo de presidente del IFI, que no aceptó por la refulgente frase que pronunció, después de ocupar la destacada posicion de ser el jefe de debate de quien se posesionó como el último mandatario del siglo XX y el primero del XXI. Otro episodio que selló su estilo pendenciero en su breve tránsito por el parlamento Colombiano, fue la puesta de espaldas en una sesión de la cámara de representantes, en la que se votaba la presunta responsabilidad del expresidente Samper Pizano en el proceso que hizo cimbrar las estructuras inmorales del gobierno liberal de entonces.
Ese capítulo marcó una actitud suigeneris de su carácter. Cómo paradoja de un político puro cuya razón fue la de ocupar un escaño en el odeón de la democracia. Se ocupó la mayor parte del tiempo en atender asuntos de su partido, asesorando campañas, echando lapicero, organizando la tropa para la lucha electoral, planeando citas, acompañando comités de base, aconsejando, asistiendo a concentraciones, ayudando aspirantes conservadores, todo menos lo esencial. Su levitación no le permitió llegar a lo que siempre quiso; convertirse en el Júpiter del partido desde el congreso. En unas, no le alcanzó votación, en otras, no encontró resonancia electoral y en últimas, se encontró con la sombra de la pluma mayor del dirigente supremo Omar Yepes. Que se tenga noticia, asistió a un periodo del Concejo de Manizales, y otro por el partido republicano a la cámara de representantes.
Experimentó la escisión de un partido, en la época en que los votos le llovían a la casa Yepes. Sus hermanos siempre lo miraban de reojo, por el trasiego que tuvo en el movimiento de extirpe familiar. Arturo era un comodoro, mientras que Omar era el capitán de la nave. Los demás, se deleitaban con las golosinas que les deparaba el nepotismo, quizás si Jorge Hernán, excelente administrador y apasionado por el manejo correcto de lo público(que lo digan los resultados del hospital Santa Sofía) hubiera soltado su vena política mucho antes, hubiera sido el hombre que habría retomado un conservatismo en crisis, y se haya alzado con los réditos políticos de la dinastía familiar, no porque superara a Arturo por capacidades, lo era por su don de gentes y comprension humanizada de la política. Si se lo hubiera propuesto y su temperamento lo hubiese atenuado, Arturo de lejos había alcanzado las ligas mayores en el ruidoso espacio electoral domestico, como un presidenciable con pergaminos.
La soberbia siempre le jugó momentos desagradables con sus copartidarios, aliado de formas altaneras, lo sustrajo de una vida llena de ventajas personales, que lo habrían catapultado, sin coger mucho impulso, al trampolín de la mas rancia dirigencia azul, y de cascabel, porque no, al solio presidencial, así fuera de candidato por el partido. La inmodestia lo defenestró. Si la vanidad no la pudo superar, con el año sabático al que se sometió voluntariamente, menos su arrogancia. Fue la peor prueba que amargamente lo llevó al ocaso de su prominente y malograda vida política. Hoy ya retirado de los campos de batalla, se pavonea en una notaría en Bogotá, aprovechando la estancia de una sobrina que funge como titular, ejerciendo poder en la sombra, y un poder político que no alcanzó, por el golpe letal de su prepotencia.
Una figura pública malograda en todo su esplendor, como tantos que sucumben por los delirios que produce la pobre condición humana!!
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