Por Augusto León Restrepo
Una joven y muy bonita lectora, me escribe para contarme que, en mi columna del domingo anterior inmediato, mencioné un cuento de un señor Monterroso, que no conoce a ninguno de los dos – ni a Monterroso ni al cuento- y que tampoco me copió el título de «El dinosaurio de la cocaína». Mira: Augusto Monterroso era un escritor nacido en Honduras, nacionalizado en Guatemala y fallecido en Méjico, en el año de 2003, a sus 82 años. El cuento, considerado como el más corto jamás escrito, a la letra reza: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.» Fin. Por este y por su producción literaria le fue concedido a Monterroso el reconocido premio Príncipe de Asturias de las Letras, tres años antes de fallecer.
¿Qué quiso decir Monterroso con su cuento? No tengo la menor idea. Pero yo lo interpreté como que el día del juicio final y de la resurrección de los muertos, que tengo calculado en unos sesenta y seis millones años, los mismos que hace que desaparecieron los terribles lagartos (los únicos que han sobrevivido son unos de dos patas, muchos de los cuales se pueden observar por los lados de los edificios gubernamentales), cuando yo despierte, voy a encontrar el tema de la cocaína al lado, sin repuestas ni decisiones sobre su producción, tráfico y consumo. Dilucidadas sus inquietudes, señorita.
A raíz del discurso de Petro en la ONU, hace unos días, se han emitido opiniones de la más diversa índole, por parte de los cibernautas, de los columnistas, editorialistas y demás, que tratan de interpretar y de sacar en blanco las ideas de la selvática exposición petriana ante el más cotizado escenario mundial. Como es de mi interés conocerlas, me di a la tarea de leer las que más pude. Y encontré las que a continuación consigno, del articulista de varios medios de expresión, Juan Manuel Ospina, antioqueño, de extracción conservadora, como quien esto suscribe, exparlamentario y exfuncionario público, a quien voy a tratar de resumirle lo que trató en su último escrito, «Petro en la ONU: cinco verdades perdidas en una maleza populista» que tuvo a bien enviármelo.
Expone Ospina Restrepo que, y me voy a tragar las comillas con su licencia, lo plausible en lo de Petro fue recordar que los países poderosos olvidan unas realidades que están a la vista como la de que mientras haya una demanda fuerte por las drogas habrá quien las produzca y que la responsabilidad del crecimiento del negocio es de los consumidores como lo enseña el abc del mercado. Mientras más demanda haya, más producción. Y mientras más trabas, más ilegal y sancionado sea el abastecimiento, más se elevarán los precios y la rentabilidad del negocio. Más claro, no canta Pavarotti. De aquí se desprende que es tendencioso poner a los países productores y a sus campesinos como únicos responsables y beneficiarios del negocio, y a los consumidores como las víctimas inocentes de unos malos que lo que los quieren es envenenar y hacerse ricos a costa de ellos, como los describe Trump.
Lo tercero que subrayó Petro fue el fracaso ostensible e inobjetable de la guerra contra las drogas que Norte América impuso en los últimos cincuenta años, con un costo enorme para Colombia, con el resultado de que narcotizó la vida del país y de su economía, medida en violencia y muerte, en destrucción ambiental y corrupción desenfrenada, en deslegitimación del Estado y distorsión de las prioridades del gasto público con preponderancia del militar en detrimento del social; en distorsión de la agenda nacional y caricaturización de la percepción de Colombia en el mundo.
La cuarta verdad que extrajo Ospina del discurso de Petro en la Asamblea de Naciones Unidas, es la relación de la extensión de los sembrados de coca y la deforestación antecedente en la Amazonia y la destrucción del ecosistema. Los consumidores demandan, los traficantes estimulan los cultivos, los campesinos derriban selva, siembran y después de todo esto, se fumiga la cosecha y se destruye la vida vegetal y animal en extensos territorios, envenena las aguas, y constituye una agresión mortífera y generalizada a la vida, finalmente a nuestras vidas, concluye el Dr. Ospina.
Y lo último que encontró, casi que, con bisturí, en la enmarañada y grecozipaquireña disertación de Petro, fue que notificó que los efectos de esta guerra no solo no afectan, sino que antes bien pueden favorecer a los eslabones narcotraficantes de la cadena, ataca al campesino directamente, mientras que los narcos y sus organizaciones siguen viento en popa con su negocio.
Gracias Dr. Ospina. Necesitábamos esta operación quirúrgica suya sobre lo de Petro en Naciones Unidas. La retórica nos había escondido la nuez del pensamiento del nuevo régimen en relación con el iguanodonte de la cocaína.
Post scriptum uno: Estupidez, por adjetivarlo de alguna manera, el intento de incendio de las puertas de la Catedral Primada de Colombia, en el Parque de Bolívar de Bogotá, por parte de desenfrenadas y descontroladas feministas.
Post scriptum dos: Otra víctima del llamado deporte de las narices chatas. Falleció Luis Quiñones, a causa de unos golpes recibidos en una pelea efectuada en Barranquilla, por parte del también boxeador José Muñoz. Quiñonez tenía 25 años. ¿El boxeo es un deporte, en estos tiempos en que todos somos animales sintientes, inclusos los humanos?
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