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Por: Gonzalo Quiñonez V. Estudiante CECAM

Sintiendo con alegría y desprendimiento el Pentecostés como una bendición y gracia para cada uno, donde el Espíritu Santo es el principal protagonista, como fuente inagotable de luz, es conducente decirle a ese dulce huésped del alma que vuelva a mirar el vacío tan profundo que nos acompaña y nos afecta cuando no está en, y con nosotros. Que vuelva. Y nos aposente y nos incline con su sabiduría hacia la conquista de la “madurez humana y espiritual” como procesos de cambio, nuevos estilos de vivir, de acogida a la conversión. Son para el cuerpo y el alma, necesarios y fundamentales para la vida personal, familiar y en comunidad. Para la vida de iglesia.

A la manera de humilde exhortación comparto estas orientaciones sobre la madurez: son el tiempo y el momento en que la persona, mediante un juicio prudente y sensato disfruta plenamente de sus capacidades y las pone al servicio del otro. No importa la edad. Importa la sana intención de cambio. Cada persona madura, no por los años, sino por su formación y deseo de superación, acepta las críticas, las analiza y se preocupa por mejorar cada día. ¡Ser un poco mejor que ayer! Esto es madurez.

La madurez se cultiva mediante la repetición y práctica de buenas acciones que se identifican ante Dios y la comunidad como los buenos hábitos o virtudes humanas tales como la fortaleza, la paciencia, templanza, castidad, sobriedad, la prudencia, reflexión, consejo, sinceridad, responsabilidad, caridad, generosidad, laboriosidad, valores que solo los invoca la palabra de Dios. Eso sí, sin olvidar el reconocimiento sincero y abierto de las debilidades y su respectivo reconocimiento y aceptación. La madurez respeta, acoge y abraza la diferencia. No todos somos iguales y más bien acoge a quien piensa, siente y actúa distinto a nosotros. Somos humanos y por lo tanto hermanos que nos necesitamos.

La madurez humana y espiritual a su debido tiempo, genera o brinda a cada persona AUTORIDAD MORAL, para evangelizar y discernir con sencillez y claridad entre lo que es el bien y el mal. Ello nos permite aceptar que somos lo suficientemente maduros cuando nuestras vidas estén ancladas en los enunciados de la palabra de Dios, léase lectura orante de la palabra o Lectio divina y es testimonio. De esta manera la persona trasciende, va más allá, convoca, anima y transforma. El espíritu de Dios lo ilumina y lo orienta hacia la perfección humana.

Contribuye a despertar una nueva espiritualidad, para romper la indiferencia y la falta de solidaridad con los hermanos necesitados de volver a Dios y a la Divina Trinidad. Guardemos muy dentro de nosotros lo que es la madurez humana y espiritual: Una persona madura vive en actitud de donación y de apertura, de servicio, de entrega a los demás. Rechaza todo tipo de egoísmo, de prepotencia, de imposición, de individualismo. Acompaña, comparte, consuela y orienta. Gracias Dios Espíritu Santo por hacernos ver estas cosas que provienen solo de tu sabiduría, magnanimidad y comprensión de nuestras debilidades. Así sea…….

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