Cómo desconocer que Uribe Vélez es un caudillo. Cómo ignorar sus condiciones intelectuales, su poder de atracción, su demostrada capacidad hipnótica. Está a la altura de López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán y Gilberto Álzate Avendaño. Pertenece a la galería de los gladiadores fuera de serie que son escasos en la historia de los pueblos. Surgen entre rayos y centellas, recorren abismos y escalan montañas con desafiante impronta singular.
Pése a la carga de tantos criminales que fueron de su íntima confianza, pése a sus Secretarios Generales de Palacio hoy en las redes de la justicia, pése a sus ministros, unos cohechadores y otros enlodados con Agro Ingreso Seguro, pése a su Alto Comisionado para la Paz huyéndole a los fiscales, pése a la crónica resbalosa de sus hijos, pése a su Cónsul en Milán y a su embajador en Chile condenados por delitos atroces, pése a la tránsfuga directora del Das refugiada en Panamá, pése a sus edecanes militares, uno sancionado por narcotráfico en los Estados Unidos y el otro en la cuerda floja por sus nexos con un taimado delincuente que controlaba los delitos en serie que se cometían en Corabastos, pése a su sobrina extraditada a los EE.UU por narcotraficante, pése a la investigación penal contra su hermano por paramilitarismo, pése al desabrido colorido de tantas conductas apestosas de su anillo humano de confianza, Uribe surge incólume, como si hubiera sido extraño a esas siniestras vidas de corrupción. Aquí podemos recordar a los descamisados argentinos que desaforadamente berreaban en las calles de Buenos Aires “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”.
Uribe que carga esos bacalaos sobre sus hombros tarzanescos, ¿podría afrontar una comparación de orden ético con los expresidentes Laureano Gómez, Mariano Ospina Pérez, Carlos y Alberto Lleras, Misael y Andrés Pastrana, Belisario Betancur o César Gaviria?
Sin embargo, los hechos verificables tienen consistencia rocosa. Ninguno de los mandatarios de Colombia ha calado tan hondo en la conciencia nacional. Lo que acaba de hacer Uribe no tiene par en los fastos del país. Se ha dado el lujo de atiborrar unas listas para el congreso con gente desconocida, con personajes de menor cuantía que, solos, no sacarían un voto. Está convencido que su nombre tiene imán. La clase tradicional de la política ha sido desconocida por él, conformando un nuevo elenco directivo, incapaz de tener reflejo en las masas, pero obediente como canes a la voz imperial del amo.
El liderazgo medroso que ejerce en su nuevo partido, acaba de ser demostrado. Francisco Santos era el favorito, según las encuestas, para ser su candidato presidencial. Pero el corazón de Uribe, desde hace mucho tiempo, estaba inclinado por Oscar Iván Zuluaga. Para sacar avante su propósito, desconoció los acuerdos previos de los tres mosqueteros, y se ingenió una fórmula para deshacerse de quien por ocho años fuera su vicepresidente. Abortó una convención que no estaba prevista colocando a los que estaban en democrática contienda frente a los delegados que llegaron de todos los departamentos, para que después de oírlos, votaran por el mejor.
En este tinglado Zuluaga estuvo en su salsa. Aunque estemos en otro paseo político, debemos reconocer que el Centro Democrático escogió al mejor. Zuluaga tiene un recorrido sin tacha. Está curtido en la administración pública. Alcalde, senador de los mejores, destacado ministro, orador exitoso. También tiene un recorrido brillante como empresario.
La legítima disputa por el poder tiene ya dos aspirantes oficializados. Clara López Obregón de la extrema izquierda y Oscar Iván Zuluaga de la extrema derecha. Ambos surgen de partidos relativamente nuevos, con tesis antípodas. Con avezado equipo revolucionario el primero y los segundos, acólitos de Uribe van a estrenar vida parlamentaria.
Es confusa la decisión de los conservadores. Hay tres franjas con orientación distinta. Unos quieren la unión con el uribismo. Otros, candidato propio. Y un tercer matiz, mayoritario, que desea continuar en la Unidad Nacional. Omar Yepes: difícil sortear tan delicado ajedrez electoral.
En síntesis, Uribe nada quiere con la tradicional clase política. Este es el reto que será despejado en las elecciones parlamentarias y en la presidencial.
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