Por Gonzalo Quiñones V.

Ahora que estamos atravesando un camino excesivamente relativista y todo lo relativo es superficial. Que nos estamos orientando por un sendero altamente permisivo, donde nada es pecado, ni siquiera las más descompuestas abominaciones como el aborto que es en sí un crimen de una criatura inocente desde el momento mismo de su concepción, la prostitución infantil y juvenil. La compra y venta de personas que es lo que se conoce como la “trata de blancas”. Que nos debatimos dentro de un ambiente de deshumanización, donde cuenta solo el YO primero y después que ocurra lo que sea, mientras no se afecten mis intereses o se perjudique a mi familiar. Y que la persona vale por dinero que tiene. Que estamos desperdiciando todo tipo de alimentos, robándoles el pan de cada día a los pobres como hace poco lo denunció el Papa Francisco, en uno de tantos mensajes al mundo creyente. Que aún muchos de nuestros hermanos en Cristo duermen debajo de los puentes, en la calle y en barrios saturados de drogadictos de ambos géneros y jóvenes y ancianos sin horizonte en sus vidas. Que la corrupción privada y pública está a la orden del día y que representa el robo, el abuso y el descaro a plena luz del día. Que la justicia se aplica entre nosotros solo en contra de los pobres y de los desposeídos. Con los ladrones de cuello blanco no pasa nada. Son los privilegiados de esta sociedad mundana e injusta.

Frente a este panorama comportamental de todos nosotros surge una luz en el camino. Surge una solución inequívoca y única. Ahora si la verdadera solución: DIOS NUESTRO SEÑOR Y CREADOR.

Así con mayúsculas. Y saber que la solución depende de nuestra conversión, de nuestro cambio en la manera de pensar, sentir y actuar. Y saber que solo se requiere de humildad y aceptación. La convocatoria es pues, tener un  ENCUENTRO PERSONAL CON JESÚS. Un encuentro desprevenido y desde luego MUY HUMANO, es decir, tal y como somos nosotros Usted y Yo, de carne y hueso. A esto apunta la Nueva Evangelización, la “Nueva palabra de Dios”  que será siempre actual y todos la necesitamos.  Deténgase por un momento en este canto, en este poema y reconocimiento de la grandeza de Dios, entre nosotros: Señor, dueño nuestro ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo con los labios de un pequeño lactante. Levantaste una fortaleza frente a tus adversarios  para reprimir al enemigo  vengativo. Cuando contemplo tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que en él fijaste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te acuerdes de él? Le hiciste apenas inferior a un dios, lo coronaste de gloria y esplendor, le diste poder sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste a sus  pies: mandas de ovejas y toros, también las bestias salvajes, aves del aire, peces del mar que trazan sendas por los mares. Señor dueño nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

Es el salmo 8, que a la manera de exaltación, reconocimiento y exhortación, los motivamos para que lo haga su oración diaria. Es cuestión de gratitud, frente a tanta y tanta gratuidad. Como el sol que sale para buenos y malos, cuyo calor nos cobija a todos, así mismo nuestro Dios Creador, está con nosotros, dándose, llamándonos, reclamándonos  y acogiéndonos tanto en la alegría como en la angustia; en el triunfo como en el fracaso. Es decir en cada instante y contenido de nuestra vida.

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