Por: Jair Castro López
Resulta paradójico que sean periodistas deportivos de medios nacionales como Gabriel Meluk, Ivan Mejía, Hernán Peláez o el analista arbitral Borda, quienes hayan asumido funciones tutelares frente al manido caso del ascenso del Cúcuta deportivo a la máxima categoría en el encuentro disputado con el deportes Quindío en el estadio metropolitano de Techo en Bogotá. Los bochornosos agregados que rodearon el episodio tuvieron trascendencia internacional, mientras los cronistas deportivos de la región, en su mayoría, convocaban al silencio cómplice y a fungir como amanuenses de esta histórica vergüenza.
Gracias a la generosa hospitalidad del periodista y empresario José Octavio Marín Naranjo, propietario de este medio, podemos dejar expuesta nuestra modesta opinión en un medio escrito de especial importancia para la comarca, plasmado ya en las notas editoriales de los espacios informativos de Radio Ciudad Milagro.
Es necesario, en aras de mantener un equilibrio conceptual, agregar que el equipo de la tierra matriculado desde el 2014 en la división de ascenso, llegó al final del torneo con tres opciones claras de retornar a la categoría de los privilegiados. Contra todo pronóstico, haciendo añicos una verdad axiomática, cuando tenía tres goles de diferencia a favor y le restaba un partido contra Jaguares para llegar en primera clase al ascenso, le remontaron la diferencia en Montería con dos monumentales errores de “Galleta” Meza, un balón por el túnel y otro, cuando parado en el vertical, le regaló el arco al cobrador. Si la diferencia hubiese sido mayor, la diferencia también, porque la consigna era una sola.
Una segunda oportunidad señalada por el reglamento para el ganador de la promoción, esta vez contra Uniautónoma, se empató en casa y se perdió de visita, cuando nadie aún se explica como el técnico Miguel Augusto Prince dejó en el banco a los pocos titulares y les envió al campo faltando cinco minutos para el pitazo final y allí se dilapidó la nueva opción.
La tercera, salida del cubilete de Jesurum, el flamante zar de la Dimayor, empeñado en ascender otros dos equipos de la “B” de tradición profesional para completar 20 en disputa. Dos cuadrangulares plagados de suspicacias sirvieron de marco a la tómbola del dirigente costeño.
Deportes Quindío ganó dos partidos a Bucaramanga y Cartagena y le quedó la disyuntiva final con el Cúcuta Deportivo, igualados en puntos pero con gol diferencia para el equipo motilón. A esta disputa Quindío llegó diezmado como siempre por lesiones y tarjetas acumuladas. El elenco cafetero dejó todo en el frío campo bogotano, hasta cuando el torticero paraguayo Lazaga le dio por convertir el partido en una mezcla de balompié y voleybol y ante los atónitos asistentes y los miles de televidentes, metió el balón al marco de un palmetazo y salió muy campante a celebrar.
Y Oh sorpresa, el árbitro convalidó semejante adefesio sin escuchar al línea Clavijo quien bandera en alto señalaba esta grosera infracción. No fué un error. Fue un vulgar raponazo reconocido hasta por el propio Lazaga y allí se desvaneció la postrera posibilidad.
Lo censurable no fue solo la payasada del Guaraní ni la infame determinación del juez Arrieta encargado de ascender al representativo de la frontera. Fue la vil impunidad de esta republiqueta llamada Dimayor, cuya cabeza visible felicitó a los autores de la ilegal maniobra a la que calificó como un error normal. Y más inaudito aún, al flamante califa Hernando Ángel, no le faltó sino abordar el carro de bomberos en Cúcuta para celebrar y sumarse a la guachafita que tenía lugar en el campo de juego al concluir el encuentro.
Acababa el Ángel de Piedra de ganarse un baloto sin comprarlo. Para nadie era secreto que el judío no era partidario del ascenso del Deportes. Quindío, porque en el descenso, los 2400 millones de la Dimayor, la venta de jugadores y el patrocinio, sin contar las taquillas, porque el hincha regresó al estadio cabalgando en la esperanza de los ilusos y el entrañable afecto al equipo, nunca ha reportado contraprestación alguna en refuerzos por parte del taimado dirigente.
El día anterior, la gran prensa denunció que el América y antes el Bucaramanga, alegaban que regresar a la primera categoría sería el peor de los negocios por las razones expuestas. Hasta justificaciones para el pillastre de negro tuvo Ángel, quien acogió el flagrante robo, como un acto de buena fe, en diálogo sostenido entre el dirigente y el acomodado Juez que debería recibir una sanción vitalicia.
Si esta deshonrosa actuación del pito costeño hubiese tenido lugar en Cali, en Medellín o en la costa, gravísimas consecuencias estaríamos viviendo, porque un equipo de fútbol es la esencia sagrada de la idiosincrasia de un pueblo que perpetúa pasiones perennemente y constituye un lenitivo para las grandes inequidades que padece la nación. Esto seguirá igual, porque la Alcaldesa ha evadido reiteradamente el cumplimiento de sus funciones y deberes para con sus gobernados y no esperar que su sucesor venga a recuperar lo que por ley nos pertenece…Como recordamos esta semana, cuando hace 16 años la tierra mostró su terrible poder y desde los escombros y ruinas, los quindianos sacaron letreros hechos a mano, desafiando la furia de la naturaleza y con signos escritos con sangre, tomaron nuestro glorioso equipo como incentivo básico para resurgir de las cenizas y así fue como a los partidos jugados en los municipios, acudieron pagando un boleto para acompañar al deportes Quindío, a trueque de sacrificar su magra alimentación y exigencias fundamentales para la subsistencia en tan críticas circunstancias.
Estas agresiones institucionales estrujan el alma y nos dejan una sensación de vacío y decepción, porque mientras Hernando Ángel sea el verdugo, jamás conoceremos ese maravilloso país de los sueños de la gente buena, condenados a contemplar su insignia deportiva sembrada en la categoría “B”.
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