Empiezo escribiendo esta columna, disculpándome con el amable lector que se toma el tiempo pasando su vista, por unas líneas que no pretenden acumular mucha visión de postin, persigo una reflexión desencantada de hechos y situaciones vivenciales, curtidas por el quehacer cotidiano que choca a diario por la rigurosa diferencia que nos distinguen unos de otros y que nos catapulta por poquedades embestidas por pasiones que nos ridiculizan como seres humanos.

E itero disculpas por el término de cabecera, pues es un engendro gramatical, no se si utilizado ya en la reducida comarca, o en otros lares, pero como todo vulgarismo, surge del descarado abuso gramatical del idioma Cervantino. El odio, que se conozca como definición de la RAE, y contenido como antivalor en la biblia y todo cuanto texto de religión, ética, manuales de crecimiento personal, valores, y repelido por motivadores espirituales, no es más que el significado del sentimiento de aversión y rechazo, muy intenso e incontrolable, hacia algo o alguien. No nos exculpemos.

Todos lo llevamos atrapado en el alma, a unos los atormenta más que a otros, algunos con menos intensidad, otros con el desenfreno propio de la sangre circulando a mil y el corazón latiendo alterado por la taquicardia.

El problema no es tener ese demonio aprisionado en las rejas de la ignominia, lo es, cuando salta de adentro y las rompe con violencia para hacer daño. Igual que el odio, estamos atrapados en las tormentas de la ira, la venganza, la ofensa, la intolerancia, y toda cuánta repugnancia mundana nos carcome.

Por eso, con la ayuda del intelecto, el equilibrio, la espiritualidad y la serenidad, permitamos que esos monstruos permanezcan encadenados, atados de pies y manos y con un nudo de fuertes guayas en la garganta, para frenar el peligroso aditivo de pensamientos hostiles y palabras explosivas. El odio permanece muy cerca de la violencia, y constituye el cultivo próximo que alimenta sus entrañas. Además, es el sentimiento más repulsivo que nos minimiza, el odiador con frecuencia, se consume en sus propios fluidos, y entre más intensidad sufre odiando, menos podrá liberarse del demonio que lo atrapa y lo envilece. El odiado suele retroalimentarse con el odio. Entre menos lo sienta, más hace sufrir al odiador.

El odio es la semilla que aviva la violencia, y en su camino pervertido arrasa con todo, como un tsunami de pasiones sin obstáculos. Hitler arrasó el mundo por el odio contra los judíos, hoy los judíos, – perdón por el pueblo sionista, no son todos- son los ultrananacionalistas que secundan a Netanyahu odiando al pueblo Palestino, quien lo creyera, encontró chivo expiatorio con la sufrida población gazatí. Trump avivando y refinando el odio contra el socialismo del mundo, la xenofobia, los migrantes, la población LGTBI, los negros y minorías étnicas. Putin contra los países que se acercan a Europa y reclama como pueblos y etnias que pertenecen a las razas más allá del Caucaso, y que fueron patrimonio territorial de la antigua URSS.

Odian los musulmanes, contra las doctrinas de Occidente inspiradas en el Cristianismo y así sucesivamente, un reguero de pasiones materialistas tan antiguas como el homo sapiens. Las guerras, todas tuvieron su némesis en el aborrecimiento de unos pueblos contra otros, o mejor, por la manipulación de sus caudillos, construyendo enemistades fantasmas e inventando narrativas, solo por colmar sus egos megalómaniacos.

Vamos a Macondo o los herederos de los chibchas del Zipa y del Zaque, podemos decir que existían odios «con fundamento» o con justificación causal, como aquel que brotó contra los españoles, por la infame «tierra atrasada» que se llevó Amerindios entre mutilados, decapitados y/o asesinados solo por nacer en la tierra de ocre, el oro y de la riqueza natural, y digamos con concreción, existen odios que no se olvidan facilmente porque sus causas dejan huellas lacerantes en el alma, que dificultan la magnanimidad del perdón.

Los odios que no tienen justificación, o al menos los que no tienen porqué dejar heridas en el alma, son los ideológicos y los más peligrosos, y solo por pensar diferente, son los que socavan la tolerancia, destruyen la convivencia, lastiman el alma, distancian el diálogo, descalabran la paz, y arruinan los valores sociales. En eso estamos; vivimos, respiramos, vemos, escuchamos, somos autómatas temporales del encono, el odio colectivo tiene su mayor demonio en los cuadriláteros políticos. Somos víctimas del peor de los mundos posibles, y caminos tortuosos.

No es tarde. Basta con superar los angeles del demonio que circundan nuestras cabezas, aquellos que rondan la manipulación indigna del engaño, nos hacen creer que nuestros pensamientos están en las aristas de los credos y del poder, porque el poder no está en nosotros, están en los jinetes y sus cabalgaduras, nosotros vamos a pie. Las puertas del infierno están abiertas, los cancerberos de Dante darán permiso de ingreso a todos los que llevan dentro ese demonio que también quiere ingresar con el cuerpo que tiene atrapado.

No hemos avanzado para convencernos el mal que nos hacemos con el odio; una criatura deforme que aprisiona las entrañas obscuras, un feto que está allí sin hallar una razón lógica. Se ha multiplicado en los vientres de los extremos. La historia reciente muestra esas criaturas deformes entre Uribistas y Petristas, los primeros con una saña vengativa que no perdonan el pasado del presidente Petro, como militante del M-19, los debates cuando fue parlamentario contra la parapolítica, y que durante su etapa de senador adelantó antagónicamente al ex Uribe y su séquito de congresistas afines;.

Los segundos, por los desmanes arbitrarios del dueño del ubérrimo con la persecución (chuzadas) que desató contra la oposición y la CSJ; los falsos positivos, los encuentros furtivos con los paras (Tasmania), la corrupción por conseguir la 3a reelección, la limpieza de la comuna 13 de Medellín etc. Ambos bandos encuentran (??) más que motivos para odiarse, los Uribistas (más furiosos, ofensivos y vengativos) lo triste, es que un porcentaje altísimo están allí como convidados de piedra, que odian por odiar solo por fanatismo; de contera se suman otros movimientos de la derecha como cambio radical, mira, y algunos sectores del liberalismo y partido conservador, verdes, de la U etc. El odio hace parte de esa estratatagema miserable adosada a la maquinaria electoral, que ahonda insalvablemente la polarización como combustible inevitable de la violencia.

«Señor… Te estoy llamando con el grito que me angustia, porque vuelvas de nuevo a esta patria atormentada»… Canta en su poema invocación a Cristo, el poeta y declamador Boyacense el indio Rómulo. Mientras sigamos atormentados por el odio, no habrá Colombia posible para la paz. Solo terreno abonado para la violencia.

*NOTA FINAL…* En Aalguna oportunidad le preguntaron a Tomás Cipriano de Mosquera , enfrentado en una de las peores guerras de la Colombia federal, entre el estado soberano del Cauca y la provincia de Antioquia «, ud porque odia tanto a los Antioqueños y contesto: Porque ellos me odian»…

Por EL EJE