No hay peores momentos en la historia que mezclar política y religión. Muchas confrontaciones bélicas, juicios inhumanos, condenas injustas y tribunales inquisidores, se inspiraron en fuentes divinas para castigar con los medios más tenebrosos conocidos. Juana de Arco “La doncella de Orleans” procesada por un tribunal del santo oficio presidido por el obispo Pierre Cauchon, declarada culpable por el duque de Bedford Inglaterra y condenada a la hoguera en Ruan, Normandía, provincia al norte de Francia.

Una combinación siniestra entre la iglesia Católica Francesa y jueces nombrados por la corona Inglesa, que ordenaron la hoguera de quien posteriormente por cànon del papa Calixto III, se convirtió en Santa. El papa al revisar los cargos proferidos contra la heroína de los franceses, anuló el juicio, y en cambio la canonizaron como mártir de la iglesia católica. Nicolas Copérnico, amenazado por el santo oficio Romano, ocultó por muchos años su teoría sobre los dos máximos sistemas del mundo, en la que refutaba a Ptolomeo y Aristóteles, teoría que por entonces era considerada la oficial como demostración homocéntrica según la cual, la tierra era el centro del universo y los demás planetas giraban en torno a ella. Sus tesis científicas con base en la hipótesis heliocentrica, ( El sol como centro del universo planetario), pudieron ser publicadas, Merced a un influyente personaje llamado Osiander quien suavisó la persecución contra Copérnico, tratando de conciliar la exposición de su teoría. Son dos casos emblemáticos en la fallida y vergonzosa historia de infamias entre política y religión, que trasegó buena parte de la historia para impartir justicia equivocada, dado que se violaron tanto el derecho divino como el material, en la aplicación de la justicia. No menos escabroso fueron los episodios de la conquista, millones de indios asesinados en las narices del santo redentor, el crucifijo levantado en el frente de guerra, pasando por encima de los cadáveres, como si fuera la imagen de cristo triunfante en el telón ensangrentado de los que en su nombre descaradamente asolaron los ancestros terrígenos de sus legítimos poseedores. Las guerras santas que se tomaron Europa entre los siglos 17 y 18, plasmaron las tragedias humanas secundadas por los estados monárquicos autoritarios, algunos papás, obispos, pretores, archiduques, reyes, y laicos. Siguiendo la secuencia siniestra, fueron las cruzadas las que asolaron el centro oriente del continente Europeo, en nombre de Dios. Ninguna religión se escapa de las ambiciones del poder político, ni tiempo, época, o sistema. Kirill el máximo jerarca de la iglesia ortodoxa Rusa, alienta a Vladimir Putin invadir y matar Ucranianos en nombre de Cristo, tanto el uno como el otro, lo invocan para eliminar sus “enemigos” que en gran parte son civiles pertenecientes a su misma religión. Karl Marx, en sus tratados sobre el comunismo acuñó la frase “La religión es el opio del pueblo” criticando a los clérigos del cristianismo, por su intromisión e influencia política en el pensamiento de las rebeliones nacionales. Y es que el nombre de Cristo se manipula por doquier, de acuerdo a los intereses extrapolares. La ideología Cristiana la sembró el redentor del mundo para atraer, no para distanciar, para crecer en el amor, no para odiar, la creó como solidaridad entre el prójimo, no para acaudalar capitales, la inspiró para la paz, no para la guerra,para que triunfe la vida sobre la muerte. No para opacar al contrario sino para desearle el bien. Cómo complemento no como adversidad. La política inmiscuida en la religión es manipulación, la religión involucrada en política es oportunismo. Si de lo que se trata es buscar el bien común, cada una hace la tarea que le corresponde. El papa Juan Pablo Segundo pidió perdón, por largos siglos de ignominia de la religión católica, juzgando en los tribunales del “santo oficio” por delegación de los estados monárquicos. Su santidad Francisco, ratificó su perdón y llamó a la iglesia a mantener su independencia. Sí los fines para los cuales la política fue creada, y los fines de la democracia fuesen los mismos del breviario Tomistico del bien común, la religión no tendría un papel protagónico determinante en aquella, pues de suyo la tiene, si no fuera por la deforme estructura con la que se maneja. Por más que los fines altruistas que algunos eclesiales quieran imprimir, terminan por enlodarse en las fangosas tierras de la política. El derivado invencible y dominabte de ambas corrientes conniventes, terminan lastrando el mensaje Cristiano, especialmente la religión extraviada de los caminos de cristo, en las encrucijadas del alma atrapadas en en el quehacer político. Nunca debieran de unirse, son rutas paralelas de difícil encuentro…

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