Alberto Luis Gálvez Mejía

Sí, sin ambages vamos estando “mamados” de tanta controversia inútil. Ad portas de la fecha del 2 de octubre en la que se decidirá en las urnas la suerte de los acuerdos de paz de La Habana se ventila con furor y rabia una oleada mediática entre quienes apoyamos el SI, por nuestras propias razones, cuya argumentación parece no motivar a nadie y mucho menos tenida en cuenta, y quienes han optado por el NO, ya sea porque no les gusta el acuerdo o simplemente porque han encontrado en él la oportunidad de oponerse al gobierno, atrincherados en sus propios intereses. A mí personalmente no me satisface del todo lo convenido, le encuentro más falencias que posibilidades reales, pero es lo menos malo que tenemos después de cinco décadas de exterminio fratricida. Como dijo William Ospina en su columna dominical de El Espectador, palabras con las que me identifico: “Votaré Sí, sintiéndome hermano de los que votan No, y dispuesto a aceptar el veredicto de la democracia, aunque no ignoro que estamos en un régimen de precaria legitimidad” Entre quienes han optado por el No tengo familiares muy queridos, amigos muy especiales y una gran Dama que además de cariño, admiración y respeto, le copio a pie juntillas su discurso social y ciudadano, como es Sandra Paola Hurtado Palacio. Espero que ella con la inteligencia que la caracteriza acepte mi postura, como yo acepto sin cortapisas la suya y la acompañaré siempre en su proyecto político, FIRME a su lado por siempre.

Lo que definitivamente me entristece y exaspera ante este hecho coyuntural, es la polarización absurda e insidiosa entre colombianos que algunos burdos y pérfidos personajes enardecen sin respeto por la dignidad humana o la opinión contraria. Todos de alguna manera, estamos en deuda con alguien y es hora que empecemos ya a estrechar la mano del enemigo político, a escuchar sus voces opuestas al sentir propio, a reconciliarnos con los valores que nuestros antepasados levantaron desde la familia como cimientos de la sociedad, en un espíritu de convivencia, sin cuyos efectos resultará imposible convalidar el progreso y alcanzar el objetivo de una sociedad más justa,  igualitaria y equitativa, volviendo la mirada al campo de donde nunca debió salir empujada por la violencia, el desapego y las diferencias sociales.

Admito que el acuerdo de La Habana se queda corto en muchos aspectos de la vida nacional y seguramente cambiará muy poco, pero a mi juicio es un punto de partida para convocar a la población civil a construir la reconciliación en el territorio y darnos un lapso de sosiego en ese panorama sangriento preñado de las cruces de los muertos sembradas en todo el territorio.

No soy Santista ni Uribista, Dios no lo permita, pero he analizado sin prejuicios puntos de vista como los de la ex Gobernadora y coincido ideológica, consciente y racionalmente con muchos de ellos, pero definitivamente como asevera Ospina, los que siempre hicieron la guerra no saben cómo hacer la paz, por eso nos toca a la mayoría de colombianos dar las pautas para que esta sea otra oportunidad sobre la tierra y no un intento fallido arrebatado por la desidia, bien sea acatando con reservas lo convenido o buscando perfeccionarlo sin tantos cabos sueltos.

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Por EL EJE