Por Gonzalo Quiñones V. 

Dentro de los múltiples mensajes consignados por el Papa Francisco, en su visita apostólica a nuestro país unos de corte político, pero en su gran mayoría con inclinación social y con mucha fuerza sobre la dignidad humana, la importancia de los jóvenes en el devenir de la comunidad, a quienes convocó a no dejarse robar su alegría, su esperanza, sus sueños y a practicar la libertad provista del bien y a renunciar a las tentaciones del dinero fácil y la drogadicción, como focos infames dé la corrupción y pérdida de la razón, sanas costumbres y hasta de la vida misma.

En esa gama de mensajes, Francisco, concibió un llamado de atención de profundo contenido social, político y filosófico: ¿somos integrantes acaso de una SOCIEDAD PURA SANGRE? Confieso que me estremecí. Me tocó el corazón. Porque en él, se evidencia uno de los flagelos humanos que más confunde y perturba al conglomerado. Me refiero a las discutidas desigualdades sociales.

Con un estado de conciencia claro; sin el menor temor y pleno conocimiento de causa, consigno que aún hoy, son huracanes, avalanchas incontenibles que nos acompañan y lesionan las aspiraciones de la gente. Aquí convivimos con personas de primera, segunda y tercera categoría. Detengámonos en la tradición de los “apellidos de los oligarcas” la prepotencia y dominio de los que más tienen fortuna, pero que son indiferentes; los terratenientes ancestrales, donde también conviven los políticos y gobernantes de turno. Ser de pura sangre, es orgullo; es dominio pernicioso que humilla, descalifica y desprecia y descarta. Alimenta la violencia, la inconformidad y desestabiliza la convivencia y fortalece la indiferencia.

Aquí cobra fuerza la preocupación del sumo Pontífice, alrededor del DESCARTE HUMANO. Por largos años, son muchos los colombianos descartados de los bienes y servicios. En los centros de estudio y formación se ha descartado la urbanidad, el pudor, la responsabilidad y la valoración de la diferencia entre personas. Se han descartado la virtud, el respeto, la obediencia y el reconocernos como hermanos. Los campesinos e indígenas han sido descartados de toda posibilidad de participación. Se ha descartado la consideración, la acogida y aceptación de quienes se identifican como homosexuales. Se ha descartado el reconocimiento amoroso de la mujer, como ser insustituible. Muchas han sido asesinadas con crueldad. Se ha descartado el aprecio, valorar la inocencia y pureza de los niños, han sido convertidos en objetos sexuales, de explotación y hasta secuestrables. Se ha descartado la prudencia en las actuaciones, mientras que el consumismo desordenado ha dado paso a la indiferencia y el silencio.

Todo lo anterior dibuja las debilidades propias de cada ser humano, luego todos somos responsables y porque no aceptarlo, somos protagonistas de nuestro propio destino y refleja la necesidad inaplazable de ser actores principales de la convivencia ciudadana y unidos por la Paz.

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