¡Dios ha venido para colmarlo de su presencia redentora!

Por Gonzalo Quiñones V. Comunicador Social

En cuántas oportunidades nos hemos preguntado qué es el sufrimiento y para qué sirve. La inquietud ronda con insistencia en las personas que han asumido el camino de Cristo: un proceso de cambio, de conversión, de estilo de vida; una transformación personal  y familiar y en la sociedad donde reside.

Otros lo asumen como una maldición, un castigo. Un designio del destino. Otros más, como un abandono total de Dios hacia sus hijos, integrantes de su iglesia universal, creyentes o no creyentes.  Es en definitiva un misterio, que escapa a la capacidad intelectual de cualquier persona, y le damos la mayor importancia y recordación cuando afecta el cuerpo, la actividad física, la vida en general. Surge la impotencia y el desconsuelo. Pero un  sobreviviente de los campos de concentración Nazi, donde el sufrimiento humano acabó con millones y millones de personas sometidas al más ignominioso tratamiento,  abuso y asesinato, desplazamiento, enfermedades insuperables, castigos, y muchas atrocidades más, nos indica que la desesperanza, es igual al sufrimiento sin sentido. Por lo tanto debemos encontrarle sentido al sufrimiento, mediante la fe, la esperanza; de tal manera que suplan nuestras limitaciones físicas y morales y nuestras debilidades, para bondadosamente ponerlo en las manos de Dios. Mediante esta entrega a quien todo lo puede, emana la purificación, el consuelo y de nuevo la esperanza: una esperanza básicamente redentora, de sanación, de superación y renacimiento de la vida cristiana.

San Juan Pablo II nos dice que “el hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta, limitación o distorsión del bien”.  En consecuencia, decimos nosotros, el sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, parta la ‘recostrucción del bien en cada persona’. Para poner los pies sobre la tierra, nadie está libre de un sufrimiento, por lo regular, impredecible, accidental, o que aparezca en el instante menos esperado. El sufrimiento es un misterio. En efecto es una prueba, a veces, una prueba bastante dura, fuerte, a la que es sometida la humanidad, sin tiempo y sin distancia.

En un orden netamente espiritual, el amor y la aceptación fraterna son la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento.

Nos conduce a pensar en términos de consuelo, aceptación de Dios en cada persona, al hombre en crucifixión de nuestro Señor Jesucristo. Porque, definitivamente la respuesta al sufrimiento está en Jesús. Él, ciertamente le da el sentido, no solo con sus enseñanzas, sino ante todo con su sufrimiento, el cual lo ha asumido por nosotros, sin clasificaciones o preferencias. El sufrimiento en sí, no vale por sí mismo, solo cobra significado en la medida en que lo aceptamos por amor y se lo entregamos a Dios para cooperar en la redención del mundo.

 

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