Por: Libardo García Gallego   (libardogarciagallego@gmail.com)

El que fuera departamento “joven, rico y poderoso” ahora es “cincuentón, caro y amenazado”.

Los dueños de las tierras optaron por cambiar gran parte de los cafetales, platanales, yucales, caña panelera y frutales de consumo familiar por fincas turísticas, parques temáticos, condominios y hoteles rurales, ganaderías extensivas, cítricultivos, aguacatales y papayales, actividades en las cuales sólo hay empleo para el 5 o 10% de la cantidad de trabajadores ocupados en los oficios anteriores. Como consecuencia de la reducción de la caficultura desapareció el trabajo temporal que realizaban caucanos, tolimenses, huilenses, etc., en las épocas de cosecha, quienes al quedar ociosos y atraídos por el paisaje y el buen clima, se vieron obligados a convertirse en comerciantes informales o rebuscadores, principalmente en Armenia. Los comerciantes formales, así como los propietarios de cafés, bares y casas de lenocinio también fueron víctimas de tal decisión al ver disminuidos sus ingresos en forma considerable.

Con la sustitución de la caficultura, también empezaron a llegar a fijar su residencia en esta comarca los ricos y pensionados procedentes del exterior y de las urbes más hacinadas del país; aquí compran fincas, parcelas, lotes, chalets, casas, apartamentos. De esta manera el precio de la tierra y de la vivienda se elevó hasta el infinito, de tal manera que este “pedacito de cielo” se convirtió en la Suiza colombiana, inaccesible para los pobres. También se disparó el auge de la construcción en la cual se ocupa una buena parte de la altísima población desempleada.

En síntesis, la vocación agrícola de los ubérrimos suelos quindianos ha sido sustituida por el turismo y cultivos exportables diferentes al café. Claro que aún hay cafetales y plataneras, pero van despareciendo rápidamente los cultivos de pan coger, las hortalizas, los frutales de consumo familiar y con ellos también se van acabando los trabajadores agrícolas y su lugar ocupado por tecnólogos, inversionistas y capitalistas.

Si a este panorama le añadimos las grandes extensiones de cultivos de coníferas ajenas a nuestros ecosistemas tropicales, traídas del norte  y del sur del planeta, que sustituyeron en parte a nuestros bosques primarios, más la mitad del Departamento concesionado a ambiciosas y destructoras multinacionales mineras, la situación del Quindío no puede ser más grave: aguas en proceso de sequía, suelos excesivamente desmejorados, bosques primarios extinguidos, al igual que su fauna. Aquí sólo queda espacio para que los ricos se embelesen con los pasajes verdes que quedan aún; los pobres tendrán que buscar otro espacio más acorde con su vida.

Falta por mencionar las nefastas consecuencias del terremoto de 1999, después del cual inmigraron miles de familias en busca de los auxilios y beneficios de la reconstrucción. La población creció pero la riqueza disminuyó. De ahí que Armenia sea la segunda o tercera ciudad en desempleo.

Mientras tanto, los gobiernos nada hacen por conservar el medio ambiente sano, ni para que todos los habitantes naturales de este entorno puedan vivir dignamente en él; los planificadores se colocan al servicio de los grandes capitales y en contra de los de abajo.

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