Por César Montoya Ocampo

 buenpolitico476_0La política es una pasarela de dirigentes entonados que buscan protagonismos en el manejo de los pueblos. Unos menean caderas viriles, atuendos vistosos y un garbo exquisito en el manejo de las relaciones públicas. Fernando Londoño y Londoño. Otros visten trajes de fatiga, son frenteros y valientes en el ring. Tienen armadura de caudillos. Gilberto Álzate Avendaño. Cultos. Silvio Villegas. Los hay con olfato cazador. Omar Yepes Álzate. Beatos y camanduleros. Benjamín Duque Ángel. O sordos, incapaces de percibir con anticipo el ruido monótono de los molinos de viento, sin faltar los espadachines y los locatos aventureros.

¡Cuántos danzarines tiene la política! Tangueros hábiles para resbalar sobre el tablaje, haciendo jeroglíficos con la pareja, o levantándola piernas arriba en acrobacias riesgosas. Cumbieros de movimientos rápidos, con desplazamientos frenéticos. Elegantes para marcar valses y boleros. O acicalados cuando debutan en los bailes matrimoniales. Los hay de escasas melodías sublimes. Para escuchar a Mozart o Berlioz se requiere tiempo, tranquilidad anímica, dulce sopor . El político, movedizo a los trancazos, solo tiene oído para los agrios compases. No, para los ensueños musicales.

Los hay inteligentes y eruditos. Laureano Gómez, ingeniero y por lo mismo realista y objetivo, se desplazó con holgura por todos los estadios del saber. En varios tomos fueron recogidos sus ensayos y también sus históricos debates. De personalidad guerrera, era maestro para manejar el teatro. Fiero león de mirada encendida. Una palabra suya pronunciada con estruendo de tambor, paralizaba el parlamento. Tenía carácter acerado. Diserto y de cultura inmensa, Lucio Pabón Núñez. Catedrático y letrado, Álvaro Gómez Hurtado. De voz rasgada, herida por la descarga de los rayos, además patético y turbulento, Jorge Eliécer Gaitán. Ameno y de verbo incontenible, Alberto Santofimio Botero. Penetrante y mesiánico, Luis Carlos Galán.

Tuvimos también míseros bandidos. Nadie entiende cómo un narcotraficante confeso, urdidor de delitos atroces, Pablo Escobar Gaviria, haya podido llegar, por elección popular, al congreso. Cuántos legisladores tuvieron que abandonar sus curules para lucir, con número estampado, la casaca de los criminales.

Algún autor escribió sobre los políticos tóxicos. Son aquellos que expanden enfermedades infecciosas, que tuercen con malicia todo acontecimiento. Enturbian, nunca clarifican. Su activismo, centrado en enfangar las aguas, aprovecha, con olfato maquiavélico, el caos que provocan. Son golondrinas viajeras que se acomodan en todos los aleros, que graznan agoreramente mientras no sean ellas el piñón de los milagros. Pican aquí y defecan allá, y mientras juran lealtades mentirosas, esconden la gumía para cortar los nudos que los atan a fidelidades pasajeras. Saben crear expectativas, utilizan fuelles humanos que los inflan para convertirlos en emplumados pavos reales. Son parleros engreídos, buchiplumas de baratijas retóricas que engullen pero no digieren. Tienen el metabolismo de las alimañas y son fieras salvajes para morder traicioneramente.

Merodean en todas las vertientes y levantan a las volandas sus campamentos de gitanos. Son echados como estorbo de todas las capillas, transformándose en proxenetas intelectuales. Ídolos de sí mismos. Se autoendiosan y se creen el ombligo del universo.

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