Cuando, al finalizar el mes de diciembre del 2022, me encontré cerca del Carulla que frecuento en Bogotá, en Chapinero, con mi amigo John Mario González, un exitoso analista político y correcaminos y me dijo que se iba a pasar año nuevo a Kiev, la capital de Ucrania, creí que me estaba tomando del poco pelo que me queda. O que no estaba en sus cabales, o que se había aplicado temprano algunos guarilaques que lo habían puesto a pensar con el deseo. Y pues no. Le hice alguna tiradera sobre su propósito inaudito, irse a una ciudad amenazada con su destrucción a vacacionar, cuando bien podía irse a su tierra, Viterbo Caldas, a estar con los suyos y calentar su frágil humanidad. Hizo oídos sordos y he aquí que en enero me mandó una de sus primeras crónicas y apreciaciones, escritas desde un modesto hotel del centro urbano de Kiev. 

 ¿Cómo llegó John Mario a ese imaginado infierno? El mismo lo cuenta: fue a despedirse a su pueblo de su señora madre en diciembre y el 31 tomó vuelo desde Bogotá hacia Madrid. De Madrid voló a Varsovia, en Polonia, y después de 18 horas en bus, vio asomar las luces de Kiev, sede del gobierno de Ucrania. Un hostal barato fue su refugio inicial, del que salió en volandas porque no concilió el sueño reparador de tan extenuante viaje al tener que compartir habitación con «un joven huésped de pies malolientes, otro, de ronquidos insoportables y un taxista que por momentos parecía un distinguido indigente», según el patético relato de sus días en medio de la guerra, que termina, con el profundo dolor que sintió cuando le comunicaron de la muerte de su progenitora en el lejano, lejanísimo Viterbo. «Estoy seguro de que si ella hubiera comprendido algo del mundo exterior y de la batalla del hombre por la libertad hubiera observado con regocijo el viaje a Ucrania». 

Numerosas inquietudes despiertan su aventura. Que son casi elementales. ¿Cómo es el día a día en Kiev? Porque lo que se ve y lo que se lee, es que la crudeza bélica tiene presencia en pueblos y ciudades de la periferia, que a medida que se presentan inclinan la balanza hacia uno u otro de los combatientes, según los resultados y según quienes informan. Porque a Kiev, con la misma osadía de González, hemos visto que han llegado toda clase de mandatarios, como Biden y Macron, hasta premios Nobel, como nuestro ex presidente Juan Manuel Santos, para la foto histórica con Volódimir Zelenski, el ya legendario presidente ucraniano, que pasó de cómico a héroe. Gonzáles describe que la ciudad, aun cuando solitaria la mayoría del tiempo, tiene espacios abiertos para restaurantes y tiendas, con notoria afluencia de personas, que fingen normalidad y naturalidad, pero siempre atentas a las alarmas que las obligan a buscar estaciones de metro subtérraneo como refugio de probables ataques aéreos. 

 ¿Y que se espera para el futuro inmediato? Me llamó la atención en los escritos de John Mario, publicados en diarios nacionales e internacionales e inclusive en Eje 21 y en La Patria, que traiga el concepto de guerra muerta, en referencia a lo de Rusia vs.Ucrania. Es decir, un largo período irresoluto, sin victoria de nadie, sino más bien de prolongación de la lucha en el tiempo, como ha sucedido en Vietnam, en Afganistán, pero sin que se pueda descartar un momento de locura en que seamos víctimas de una guerra nuclear y comprometidos todos los habitantes del planeta, así estemos a miles de kilómetros de distancia de las fronteras rusas y ucranianas. Nada más ni nada menos, que al borde del apocalipsis o del impredecible Armagedón bíblico. 

La guerra entre Rusia y Ucrania, lleva un año y un mes. Los muertos de lado y lado son incontables, inciertos, aun cuando se calcula por organismos internacionales que pasan de más de treinta mil y con tendencia al alza. Mucha tinta se ha derramado y son de tal diversidad los argumentos que pretenden señalar las causas de este enfrentamiento bélico, que para quienes somos desprevenidos seguidores de su curso, cada vez se nos hace más difícil obtener la coherencia. Pareciera a ratos que es como una representación cinematográfica de una película de terror, a la que se quisiera llegar rápido a su final. Pero todo parece indicar que vamos a presenciar, como en las guerras muertas, ya arriba lo habíamos escrito, una larga serie, con capítulos más escabrosos cada vez, que no sería extraño que concluyera en una hecatombe universal. ¡Horror de horrores! Salvo que, en el mundo terrenal, los poderosos dueños del universo le den al Papa Francisco, como regalo con ocasión de sus diez años de pontificado, lo que ha pedido con iluminada persistencia: que cese la guerra y que haya paz entre los hombres de buena voluntad. 

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Por EL EJE