MANUEL GOMEZ SABOGALManuel Gómez Sabogal

Cuando dice una frase, escribe, cuenta o conversa conmigo, siento que me inspira, me da energía y me pone a escribir.

Hace unos meses,  Olga Arango Dávila, quindiana residente en Miami, me escribió y me dijo que en dicha ciudad habitaba un escritor y su nombre William Castaño Bedoya. Me sugirió que lo anotara en mis redes sociales para que lo conociera. Eso hice.

Días después, empezamos a escribirnos. A conversar sobre autores regionales y sobre la Armenia que había dejado muchos años atrás.

Luego, me preguntó que si yo tenía algunos escritos y le mencioné unas notas, unas cortas historias sobre mi nieta Isabella. Me las pidió y le remití 12 de ellas.

Meses después, me anunció: “Tu libro está listo”. Así, de repente y de golpe.

El sábado 16 de julio, recibí la muestra. Increíble libro de 96 páginas, debidamente organizadas, diseñadas, dibujadas y con una carátula muy bien concebida.

Ese libro fue mi regalo para Isabella este domingo 17 de julio, día de su primera comunión. Organicé una “ceremonia” especial para entregarlo. Nadie sabía. Nadie conocía algo con respecto al libro.

Durante un mes, me tragué el secreto. No podía contarle a alguien, porque podría derrumbarse todo. Gracias a Dios, no fue así.

Este domingo, inicié una cruzada para que todos puedan adquirir un ejemplar de “Isabella y el abuelo”.

William Castaño Bedoya escribió; “Isabella y el abuelo” es una obra para disfrutar en familia, cuando se esté solo o acompañado; es un trabajo ejemplar de literatura infantil que, con seguridad, será muy apreciada por infantes en proceso de formación, por padres de familia y, mejor aún, por todos los abuelos, pues son ellos quienes, sin excepción, imparten lecciones de amor sin pedir nada a cambio”

Debo agradecer a William, no solamente por esas palabras, sino por todo lo que hizo para que este libro fuese una realidad.

Son cortas historias, anécdotas, notas sencillas con palabras llenas de amor, afecto, cariño y mucha ternura. No tengo alguna en especial para destacar. Todas me llegan al alma.

Por ello, quisiera que quienes adquieran el libro lo lleven a sus hijos, nietos, lo regalen y entiendan que lo más importante es entregar lo que se siente.

Que los niños reciban siempre un abrazo, afecto, caricias, ternura y antes que nada, mucho amor para que, en un futuro, no muy lejano, puedan realizar las mismas acciones.

La paz no se hace con una firma, ni se negocia, sino que se da desde el fondo del corazón.

Cuando se lo entregué a Isabella, le dije: “Para que me recuerdes, Isabella”.

 

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