Nuevamente, octubre, mes de los niños. Me perdonarán que vuelva sobre un tema que ya he tocado anteriormente, pero es que no me aguanto. No lo voy a repetir, sino que de tanto ver y escuchar, creo que a nadie le importa. No me quiero quedar esperando que haya alguien que diga algo distinto. Porque nadie lo hace. Seguimos cruzados de brazos ante el daño que día a día se hace a los niños y niñas.
Una niña de once años, próxima a tener su segundo bebé. Un padre que mata a su hijo. Una madre que asesina a su hija. Niños y niñas golpeados por padres, padrastros, madres, madrastras y llevados a diferentes hospitales en el país. Niños y niñas que mueren porque una maldita bala perdida salida de un rifle, fusil, revólver, disparada por un estúpido, acaba con sus vidas.
Y seguimos con los brazos cruzados. No entiendo por qué hay un silencio cómplice en todo el país. Es como si no viéramos, escucháramos o leyéramos. Es un silencio acompañado de indiferencia ante lo que ocurre con los niños y niñas. Ante cualquier hecho, es como si no nos importara.
Hoy, también habrá más niños y niñas violentados, ultrajados, pero no nos importará. Es como si estuviésemos en un sopor interminable. Como si estuviésemos anestesiados ante los sucesos diarios contra niños y niñas. Violencia intra familiar que se repite cada minuto, hora y día.
Ojalá cese la indiferencia. Ojalá haya voces que clamen para que los abusadores, abusivos y miserables no vuelquen su ira contra los niños y las niñas. Y que los castigos para los miserables, sean severos. No puede haber negociación de penas. Que paguen por su abuso.
El afecto no existe en los hogares y menos desde cuando la mamá se fue para España, el papá está dedicado a su trabajo y los hijos se quedan con la abuela o la tía. Niños y jóvenes se sienten solos y abandonados No hay afecto, no hay hogar y si no hay hogar, empezamos mal.
Palabras negativas empiezan a fortalecerse y llevar al muchacho o a la niña a la droga, el licor, el vicio y de pronto, al suicidio. Entre estas palabras negativas, tenemos la soledad, la tristeza, la desesperación y en especial, la depresión
En la escuela, el colegio y la universidad, también se requiere el afecto. Los niños y los jóvenes son apáticos. Algunos de sus profesores trabajan con problemas que traen de sus hogares o están enseñando “porque les tocó”. Porque no encontraron más algo qué hacer y fue el único trabajo que se les apareció. Sus problemas están por encima de la educación.
Por consiguiente, procuremos que haya afecto. Que los abrazos, las caricias y los besos renazcan en los hogares para que haya más felicidad. El afecto debe ser una de nuestras bases para mejorar en todo sentido.
Por favor, no más silencio ante los atropellos contra niños y niñas.
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