Por: César Montoya Ocampo
Hay políticos expertos para dar brincos sobre el abismo. Tienen una personalidad acomodaticia a todos los climas, están bien en las peñascosas gargantas de las montañas, o en los ventisqueros de los páramos. Lucen piel de camaleón. Se transfiguran de hipócritas beatos y cuando pueden hundir la gumía lo hacen con cínica frescura.
Conozco bien esas aves de rapiña. Comercian con su apellido, al que le sacan jugosos dividendos. Cuando éste no da réditos, cuando se fatigan de su uso y abuso, recurren a la falacia para enlodar el torrente de su propia sangre y, como Judas, venden los suyos por treinta denarios sacados de las alcantarillas.
No tienen moral. Se atrincheran en preludios pusilánimes, habituados a la calumnia, predispuestos a las maromas en cualquier circo de gitanos. Son blándulos y se enredan cuando les corresponde el turno de fijar el óvalo de sus destinos. Huelen a cloaca.
Colocados inmerecidamente en las preeminencias, la altura los enloquece y toman los atajos de la mentira para engañar el alma cándida del electorado. Son apóstoles que apestan. En vez de sembrar verdades, aporcan los surcos con felonías para cosechar lo que da una naturaleza saturada con abonos tóxicos.
Hacen proselitismos con cambiantes peroratas. Son obedientes mientras necesitan del bordón ajeno. Saben acoplarse, se deslizan gateando, ensalzan para obtener dividendos y así, arrastrándose, se ganan la confianza de los poderosos. Éstos, que son ingenuos y crédulos, les dan la bendición para que puedan trepar por la escalera trasera que utiliza el servicio doméstico. Pero como son beduinos, solapadamente preparan las cimitarras para amputar afectos, para destroncar lealtades, para cavar tumbas.
No les importa saber quiénes son las víctimas de sus emboscadas. Pueden puñalear el árbol de su progenie para enturbiar la savia que trepa por los filamentos de sus apellidos. Como son ambiciosos, se encaraman en todos los oteros. Hacen de sus vidas una camándula de cinismos.
Qué desgracia que la política sea rasguñada por estos plebeyos de la lisonja. Qué infortunio para el Partido Conservador de José Restrepo, Gilberto Álzate y Omar Yepes, caer en manos de los trepangos que sacian sus apetitos, a escondidas, en restaurantes morcilleros.
Qué dolor oír los graznidos de esas aves de mal agüero que pernoctan en los cementerios. Políticos menudos, saltarines y embaucadores que aplebeyan y enturbian el destino de la comarca.
El legado de los próceres, el templo de la sabiduría, poco valen para estos rufianes de plazas de mercados. Suyas no son las lontananzas, no los amaneceres, sino la sombra densa y viscosa, refugio asustador de los murciélagos.
Estos gruñones de pacotilla vegetan, como parásitos, en las redes de las telarañas. Con sus miradas bizcas , con sus olfatos podridos, se acomodan en los subsuelos de la basura. No tienen vuelo de cóndor sino el cansado y fétido aleteo de los chulos.
Mala suerte tener que soportarlos.
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